23 de julio de 2010

Historia aplicable



Las imágenes vienen a la memoria. Lázaro Cárdenas en el acto de la expropiación petrolera, sobrio, con voz firme, pide solidaridad del pueblo, que se expresa de inmediato. Interminables filas de ciudadanos entregan lo que de mayor valor poseen, así sea una gallina.

Manuel Ávila Camacho, el último mandatario castrense, siempre serio y al lado su hermano, Maximino Ávila Camacho, conocido por la voz popular como Maximacho Ávila Camino, por sus aficiones a las fiestas privadas con mujeres, su debilidad.

Miguel Alemán Valdez, veracruzano de sonrisa amplia, necio en industrializar al país, apoyando a sus amigos de donde surgió eso que Emilio Portes Gil llamaba la comalada sexenal de millonarios.

Adolfo Ruiz Cortines, burócrata cuya tarea fue solucionar los desquiciamientos económicos heredados, ejerció un gobierno sin brillos, pero estabilizó lo que pudo convertirse en una debacle como la que actualmente vivimos.

Adolfo López Mateos, según actas que circularon en su época, guatemalteco al que no le tembló la mano para descabezar a los ferrocarrileros y a los médicos cuyos dirigentes fueron a parar, algunos de ellos, a las Islas Marías. Ordenó el asesinato de la familia de Rubén Jaramillo, dirigente campesino morelense.

Gustavo Día Ordaz, el de peor recuerdo, fue figura estelar en la represión de la revuelta popular (que se inició como estudiantil) de 1968 y que culminó con la matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas.

Luis Echeverría Álvarez, influido por la ideología liberal de su familia política, aspiró a presidir la ONU y pretendió el Premio Nobel de la Paz. Su peor momento fue el asesinato del empresario regiomontano Eugenio Garza Sada, en cuyo funeral fue repudiado por los asistentes.

José López Portillo, hombre de lágrima fácil, pidió perdón a los mexicanos por no haber sabido sacarlos de la marginación. Con recursos teatrales, tocaba las fibras sentimentales del pueblo sin perder prestancia aún con los ojos rasados en llanto.

Miguel de la Madrid. Nunca conocimos sus reacciones porque en el momento más trágico para el país, los temblores de 1985, se ocultó y sólo supimos que había rechazado ayuda de otros países porque “somos muy salsas” y “no necesitamos bules p’a nadar”.

Carlos Salinas de Gortari. Mirada dura, sonrisa fácil, nunca perdía la compostura. Los asesinatos políticos y la muerte del cardenal los enfrentó en la televisión mirando a las cámaras, sin denotar sentimientos y modulando la voz con los tonos apropiados para esos aciagos momentos.

Ernesto Zedillo ponía cara de asustado cuando en medio de un discurso era interrumpido por su esposa, con expresiones como: “Ay, Ernesto, tú sabes que eso no es así”. Por lo demás, estaba ocupado en desquiciar a las instituciones nacionales (desbarató a la SCJN y nombró “sus ministros”) y en garantizarse un futuro sin agobios financieros, vendiendo ferrocarriles y otras empresas de las que ahora es funcionario y accionista.

Vicente Fox, incapacitado para la autocrítica, con un rostro inexpresivo que usaba lo mismo para agredir que para explicar alguna teoría sacada de cualquier lugar, menos de los libros, como el caso anterior, sólo se veía en aprietos si la señora Marta lo corregía ante los medios.

Y aquí llegamos a nuestra actual y trágica realidad. La foto publicada por todos los medios el pasado martes no tiene desperdicio. Flanqueado por el gabinete de seguridad, el presidente Felipe Calderón se agacha y se toca la frente en gesto impotente, que no es exactamente lo que necesita en este momento el país.

Genaro García Luna, Guillermo Galván, Fernando Gómez Mont, Arturo Chávez Chávez y Francisco Saynez enmarcan en la foto a un mandatario derrotado, clamando el auxilio de quienes antes menospreció.

La viva imagen del país: desesperanza, impotencia, aunque por pura coincidencia, la aparición en todos los medios nacionales antes de las elecciones del domingo. ¡Vaya oportunismo, así sea a costa de la vida del único candidato de buena fama pública!

Sin que sepamos el nombre de los autores del atentado contra el candidato tricolor al gobierno de Tamaulipas, Rodolfo Torre Cantú, el mensaje fue claro: el país está en manos de los grupos que, de tiempo atrás, imponen gabelas y deciden quiénes pueden acceder a cargos públicos.

Emilio Treviño, lector, emiliotrev@yahoo.co.uk, equipara lo que pasa en México con lo sucedido en Colombia, donde Pablo Escobar Gaviria impuso su ley asesinando jueces, candidatos presidenciales, aspirantes a gobernadores y colocando bombas en los lugares preferidos de la alta burguesía.
El narco colocó “carros bomba durante 18 meses, hasta su muerte, en diciembre de 1993. Fue cazado por Los Pepes, un grupo paramilitar organizado por el gobierno colombiano y Estados Unidos, para responder también con carros bomba y el asesinato de sus operadores. Es decir, que el gobierno colombiano en lugar de detener a la gente de Gaviria la asesinó sin proceso y sin juicio.

“Vista la experiencia colombiana, aplicable al caso mexicano, es identificable que Escobar emprendió una campaña terrorista desde 1989 a 1991, tras lo cual la gente le retiró su apoyo al gobierno”.

Teme Emilio que no estemos lejos de este tipo de ataques. Se apoya en el libro titulado Buda’s Wagon, a Brief History of the Car Bomb, de Mike Davis, que narra la evolución de esta arma, desde la carreta tirada por caballo que explotó en la esquina de Broadway y Wall Street, en Manhattan, causando 40 muertos y 200 heridos en septiembre de 1920.

“Davis explica que el uso del carro bomba no fue conceptualizado como arma de guerra urbana, sino hasta 1947, en Palestina, cortesía de grupos sionistas aterrorizando árabes.

“El autor indica que entre 1992 y 1999 unos 25 ataques con carros bomba en 22 ciudades distintas del mundo produjeron mil 337 muertes e hirieron a doce mil personas”.

Y acota: “¿Por qué son preferidos por quienes los emplean? Los vehículos bomba han comprobado poder y eficiencia destructiva. Son ruidosos en todos los sentidos (imposible de negar o censurar mediáticamente). Son extraordinariamente baratos. Ramzi Yosef, quien atacó el World Trade Center en 1993, aseguraba que además de los tres mil 615 dólares de los explosivos, los cargos más onerosos resultaron las llamadas telefónicas; la explosión de sus carros bomba de 1993 en las torres gemelas en Nueva York provocaron mil millones de dólares en pérdidas).

“Los carros bomba son simples de operar; dos ex soldados, Timothy McVeigh y Terry Nichols, se bastaron para volar el edificio Oklahoma City y matar a 168 personas en Estados Unidos.

“El efecto es indiscriminado, los daños colaterales son inevitables. Si la lógica del ataque es matar civiles y expandir el pánico, operar una estrategia de tensión o sólo desmoralizar una sociedad, son ideales. Son anónimos y dejan mínima evidencia forense”.

“En la ruta de la violencia en México, un escenario prevería la aparición del carro bomba como herramienta de guerra. Quizá los narcos no lo han pensado o carecen del know how, carencia remediable con la capacitación de recursos humanos. Los objetivos de los carros bomba son previsibles: primero, sedes identificables de grupos rivales; cuarteles policiales, edificios públicos y, en caso extremo, sitios públicos frecuentados por las clases medias y burguesas, a las que se les atribuye poder de cabildeo e influencia sobre el poder público.

“Pero estemos tranquilos: no habrá carros bomba indiscriminados; porque si le creyéramos a Calderón, Aguilar Camín y demás, la mayor parte de muertos son criminales. Tuvo que ser ahora que la violencia toca a la clase política, cuando suenan las alarmas”.

Fuente: www.cronica.com.mx

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